Ayer murió Fernando Fernán Gómez. Lo recuerdo como fiscal enredado en los engaños de Lola Flores, como fantasma torero persiguiendo a Enma Penella y Fernando Rey, como Dios manchego, como pícaro hambriento y apaleado; lo ví gritar "hacia la felicidad por la electrónica", tocar el laúd del lindo Don Mendo, comer paella con curas y comisarios, viajar hacia ninguna parte, pero hoy no puedo evitar recordarlo en esta escena de "La ciudad sin límites".
SE FUE UN GENIO
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