Cristina los observó con serenidad. Su mirada alucinada se derramaba como la cera de los cirios y se paseaba por el techo de mocárabes, como anticipo del cielo que pronto vería.- In conspectu Angelorum psallan vestris, “un día cantaré para vosotros ante los angeles”- musitó entre dientes, desmadejándose como un ovillo de lana.Fueron sus últimas palabras. Su voz se quebró para siempre, sin emitir una sola queja. El mundo del que había desertado apenas si manifestaba el susurro de una brisa cálida que ni movió los visillos. Sólo la esquila de San Lorenzo gimió de dolor.
La Cúpula del Mundo. Jesús Maeso de la Torre.
Cristina de Noruega había nacido en Bergen y era hija del rey Haakon IV de Noruega. Alfonso X el Sabio necesitaba alianzas para sus pretensiones de ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y en 1257 solicitó la mano de Cristina para uno de sus hermanos. La princesa, acompañada de un gran séquito cruzó toda Europa siendo agasajada en todas las cortes Europeas. Las crónicas dicen que era muy bella y que incluso Jaime I el Conquistador además de agasajarla, le propuso matrimonio. La princesa llegó a Castilla y de entre los hermanos del rey, prefirió a Felipe. El matrimonio se celebró y la pareja se instaló en Sevilla. Quizá el calor de Sevilla, quizá el carácter intrigante de su esposo, hicieron enfermar a Cristina que murió solo cuatro años después, a la edad de 28 años y sin tener descendencia. ¿O quizá murió de tristeza añorando los verdes fiordos noruegos? Su esposo la hizo enterrar en la Colegiata de Covarrubias de donde había sido abad, en un sepulcro gótico, de piedra labrada con una arquería de 10 vanos y friso superior de roleos.
Cuenta la leyenda que aquellas doncellas solteras que quieran encontrar el amor, sólo tiene que ir hasta el sepulcro de la princesa y tocar la campana para que la princesa le ayude a encontrarlo y que su amor sea más dichoso que el que ella tuvo en vida.
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